25.7.16

el mensaje del medio


En su biografía de Walter Benjamin, Bruno Tackels cuenta que aquél llegó a la isla de Capri el 10 de abril de 1924. Ahí lo acompañan Ernest Bloch y Erich Gutkind, En septiembre visita la isla Mussolini. Benjamin lo describe como “un bribón, indolente y con un orgullo que se diría hecho untándolo abundantemente en aceite rancio. Su cuerpo es blando, fofo como el puño de un tendero obeso.” En Capri también conoció a “una revolucionaria rusa.” De la bolchevique, como le llama Benjamin en las cartas que le escribe a su amigo Gershom Scholem, dice que era una de las mujeres más extraordinarias que había conocido en su vida. A ella le dedicará su libro Dirección única: “esta calle se llama calle Asja Lacis, nombre de aquella que como ingeniero la abrió en el autor.” En el capítulo 10 de su libro Lo abierto, titulado Umwelt, el filósofo italiano Giorgio Agamben dice que los meses que Benjamin se quedó en Capri lo hizo en la casa del barón Jacob von Uexküll, en torno al cual realmente gira ese capítulo del libro de Agamben.

Jacob von Uexkül nació en Keblas, Estonia, el 8 de septiembre de 1864. Estudió Zoología en la Universidad de Dorpat y recibió un doctorado honorífico de la Universidad de Heidelberg en 1907 y después trabajó en el Centro Zoológico de Nápoles. Murió el 25 de julio de 1944. Su trabajo estableció las bases de la biosemiótica —la manera como los seres vivos leemos nuestro entorno. En 1934 publicó un libro titulado en alemán Streifzüge durch die Umwelten von Tieren und Menschen: andanzas, paseos o incursiones en el entorno de los animales y los humanos. En el prólogo escribe:

Iniciamos el paseó un día soleado en un prado florido, donde zumban insectos y se agitan mariposas y construimos una burbuja alrededor de cada animal que vive en la pradera. La burbuja representa el entorno (Umwelt) de cada animal y contiene todas las características a las que tiene acceso el sujeto.

Para Uexküll, cada ser vivo tiene dos mundos: uno estructurado por lo que puede percibir y otro por lo que puede hacer. Esos dos mundos juntos forman una unidad cerrada que es su entorno o, dicho de otra manera, su medio. Agamben explica que donde la ciencia clásica veía un solo mundo poblado por una diversidad de organismos de complejidad variable, von Uexküll postula una variedad infinita de mundos incomunicados, uno por y para cada ser vivo, recíprocamente excluyente y organizados como en una gigantesca partitura musical. Cada ser es él mismo y su circunstancia. Elizabeth Grosz, en Chaos, Territory, Art: Deleuze and the Framing of the Earth, explica que para von Uexküll ningún organismo puede entenderse por separado del medio y, al mismo tiempo, ese medio es incomprensible sin aquél. Se trata de una coproducción: “el entorno (Umwelt) del organismo es precisamente tan complejo como los órganos de dicho organismo.” Para Uexküll, dos organismos de distinta especie que ocupan el mismo espacio no tienen por tanto el mismo entorno, pues éste es el resultado de la construcción que cada uno hace a partir de lo que le resulta significativo y, en el caso particular de un animal, vital: una mosca no le presta atención a las mismas cosas que un perro y el perro encuentra sentido en cosas distintas que su amo que lo pasea. Cada uno tiene un entorno diferente y, para Uexküll, incomunicable. Lo mismo puede decirse de la manera como recorremos, por ejemplo, una ciudad:

No carece de interés empezar un paseo por la ciudad si nos mantenemos conscientes de una pregunta mientras vemos las cosas: ¿qué significado tienen los objetos que golpean mi vista tienen y para quién tienen significado? Pasamos por el aparador del taller de un sastre; las vestimentas exhibidas no sólo se adaptan a las formas del cuerpo humano sino que cambian según las diferentes actividades de la vida civil a las que sirven.

Tras describir lo que vemos en el aparador del relojero o en el del carnicero, Uexküll subraya lo que parece evidente: todo lo que vemos está adaptado a ciertas necesidades humanas: “cada objeto singular recibe un sentido y una forma de alguna función de la vida humana. Por todas partes encontramos una capacidad del hombre que el objeto sostiene mediante una contra-capacidad.” En esa contra-capacidad  —en alemán Gegenleistung, que un diccionario traduce como favor que se regresa o quid pro quo— descansa el significado de los objetos de nuestra existencia: “esa contra-capacidad es lo que el constructor de un vehículo tiene en mente, en lo que piensa el arquitecto cuando diseña el plano de una casa, pero también el escritor cuando escribe el libro o el jardinero cuando poda el jardín.” La biosemiótica también actúa, evidentemente, en el entorno humano.

En su libro Onto-Ethologies: The Animal Environments of Uexküll, Heidegger, Merleau-Ponty and Deleuze, Brett Buchanan también dice que la temporada que Benjamin pasó en Capri se quedó en la casa de von Uexküll —su referencia es Agamben, pues nadie más menciona el hecho—, pero que no hay evidencia de que el trabajo de cada uno haya tenido alguna influencia sobre el otro. Sin embargo, uno puede imaginarse las conversaciones entre el naturalista que teoriza a partir de paseos por el campo y el filósofo que lo hace a través de paseos por la ciudad y es imposible no leer algo de Uexküll en algunos textos de Benjamin como éste, en Dirección Única, el libro que le dedico a la bolchevique de la que se enamoró en Capri:

Lo que hace tan incomparable e irrecuperable la primera visión de una aldea o de una ciudad en medio del paisaje es el hecho de que, en ella, la lejanía y la proximidad vibran estrechísimamente unidas. La costumbre aún no ha culminado su labor. No bien empezamos a orientaros, el paisaje aparece de golpe como la fachada de una casa cuando entramos en ella. Aun no ha conseguido imponerse gracias a la exploración constante, convertida en costumbre. Una vez que empezamos a orientarnos, aquella primera imagen no podrá reproducirse nunca más.


O cuando, en el mismo libro afirma que los niños se construyen su propio mundo de objetos: “un mundo pequeño dentro del mundo.”

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