20.3.12

arquitectura forense



El arquitecto israelí Eyal Weizman fue uno de los participantes en el reciente congreso de arquitectura organizado por la revista Arquine. En el 2003 junto con Rafi Segal, Weizman ganó un concurso organizado por la Asociación de Arquitectos Israelíes para preparar la presentación de ese país en un congreso de la Unión Internacional de Arquitectos en Berlín. Lo que Segal y Weizman proponían era cartografiar y medir el impacto de los asentamientos israelíes en el conflicto con Palestina. La exhibición y el catálogo que la acompañaría fueron censuradas por el gobierno de Israel. Como la exhibición, el libro que después publicaron Segal y Weizman, titulado A Civilian Occupation, muestra no sólo la manera como los territorios palestinos han sido poco a poco ocupados no sólo de manera militar sino por asentamientos civiles que continúan y refuerzan la avanzada, sino, en general, las muchas veces ignoradas implicaciones geopolíticas de la arquitectura y el urbanismo.
Lo que Weizman presentó en su plática en México continúa y amplía la línea de aquél trabajo, que ahora se centra sobre lo que calificó como arquitectura forense. La palabra forense –explicó– tiene su origen en el latín forensis, lo que tiene que ver con el foro, con el lugar de la asamblea, con lo público. Lo forense es lo que muestra y demuestra, lo que hace público, en el doble sentido de hacer visible y compartido un conocimiento.
La arquitectura, dice Weizman, es política plástica: política desacelerada en formas. No música congelada sino política solidificada. Que la arquitectura es una manifestación del poder muchos lo han dicho. En un texto publicado en 1929, Georges Bataille escribió que “la arquitectura es la expresión del ser mismo de las sociedades, de la misma manera que la fisonomía humana es la expresión del ser de los individuos. Pero –agregó– es sobre todo a la fisonomía de personajes oficiales (prelados, magistrados, almirantes) que se refiere esta comparación. En efecto, sólo el ser ideal de la sociedad, el que ordena y prohibe con autoridad, se expresa en las composiciones arquitectónicas.” La arquitectura es testigo insobornable de la historia, sí, pero de la historia del poder y los poderosos las más de las veces.
Hacer evidentes los efectos de la arquitectura a veces como instrumento y otras como efecto del poder, de la política y de las leyes, es lo que busca la arquitectura forense de Weizman. En uno de los casos que presentó, la discusión sobre dónde debía trazarse la frontera entre Israel y los territorios ocupados llegó a la corte, donde los jueces pidieron una maqueta del sitio para poder entender con claridad los argumentos presentados por el ejército israelí y por un defensor de los derechos humanos palestino. Weizman explicó que cuando terminaron una gran maqueta de la zona, el salón de la corte se transformó en un taller de diseño improvisado: los jueces bajaron de sus altas sillas y empezaron a observar con atención la maqueta, moviéndose al rededor de ella, agachándose y tomando decisiones como se hace en un salón o en una oficina de arquitectura.
En una entrevista para la revista Cabinet, Weizman explicaba que los elementos mundanos de la  planeación y la arquitectura se usan para perturbar y dominar, y que cuando un arquitecto diseña así, no está actuando realmente como tal. Es, obviamente, un dilema ético.
En la muy citada frase del Eupalinos, Paul Valery le hace decir a Fedro que, en la ciudad, hay edificios mudos, otros que hablan y unos más que cantan. Para la arquitectura forense ningún edificio calla: todos pueden hablar y, más aún, para que la arquitectura pueda tener un papel político y ético al mismo tiempo, hay que hacerlos cantar – en el sentido que usa el investigador al referirse al acusado o al testigo.

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