21.10.11

los ojos del arquitecto


all the concrete dreams in my minds eye
all the joy i see through these architect’s eyes
david bowie


en su ya clásico ensayo la obra de arte en la época de su reproducción técnica, walter benjamin escribió que el cine era percibido de una manera que desde siempre nos había mostrado la arquitectura: distraídamente y en masa. además de hacer de la arquitectura el modelo de ese arte que parece ser y contentarse con ser pura apariencia, benjamin cancelaba prácticamente la posibilidad de que fuera percibida con la atención y el aislamiento consciente que otras formas de arte, la pintura digamos, suponen. la arquitectura, decía benjamin, no se ve –no se percibe ópticamente– sino que se vive –el término que usa, que toma prestado a alois riegl es hápticamente: de cuerpo entero. para benjamin sólo en condiciones atípicas se le presta atención a un edificio y se lo ve en detalle. el turista, por ejemplo.
al comentar ese párrafo con estudiantes de arquitectura siempre he dicho que benjamin, tácitamente, nos coloca a los arquitectos en la posición de perversos, mirones o fetichistas, más bien, que fijan su atención y su deseo en una parte y no en el todo. los arquitectos vemos atenta y concentradamente lo que el resto de los habitantes del mundo usan sin prestarle mayor atención –del mismo modo que la mayoría vemos una película, diciendo que tiene buena fotografía o edición sin ser capaces de explicar de qué estamos hablando. perverso, no debe ser un calificativo moral: las perversiones no son malas, siempre que sean practicadas con el consentimiento de todos los involucrados.
en un texto publicado hace unos días y titulado el arquitecto desnudo –referencia al nuevo e inexistente traje del emperador–, michael mehaffy y nikos salingaros plantean en principio una hipótesis similar, demostrada, dicen, mediante experimentos sicológicos: los arquitectos vemos de otro modo. el texto de mehaffy y salingaros fue publicado en guernica y llegó a mis ojos de arquitecto gracias a una recomendación vía twitter de jesús silva herzog márquez con mención a mauricio rocha y a mi. rápidamente siguieron varios mensajes de axel arañó para quien el texto en cuestión diagnostica un problema real, pero propone una lectura retorcida, tendenciosa y conservadora. como los comentarios de axel fueron públicos y no me alcanzan los 140 caracteres del twitter para comentar a mi vez, lo haré aquí.
que los arquitectos vemos de otro modo es comprobable, dicen, por el desacuerdo que generalmente existe entre ellos y el resto de la humanidad. pongo un ejemplo reciente: hace poco alguien, no arquitecto pero que pone atención a su entorno, me comentó sobre el “bello edificio de la lotería nacional”. ¿cuál de los dos? –pregunté. tras aclarar que el nuevo está en contraesquina y lo ocupa actualmente el sat –buenísimo edificio de ramón torres y david muñoz– mi interlocutor respondió: “no, ese no, ese es una caja.” la gente –nótese el tono que marca la separación entre ellos y nosotros– no ve lo que nosotros vemos, incapaces de notar cada detalle, de poner atención a lo que realmente importa. no ven con atención, dirá benjamin, sólo están de paso. algunos arquitectos han hablado de ese tema, insistiendo en aprender a ver –le corbusier con sus “ojos que no ven” o bruno zevi con su “saber ver la arquitecura– o en no solamente ver –juhani pallasmaa con sus “ojos de la piel”. 
tras afirmar que los arquitectos vemos la realidad de otra manera –lo que, aclaran, es una constante de cualquier profesión u oficio y, tal vez, pienso, una necesidad– mehaffy y salingaros explican que esa otra manera de ver es un efecto de un entrenamiento preciso: la escuela. y es cierto, en la escuela se somete a los alumnos a un entrenamiento intensivo y no siempre exitoso para que, literalmente, dejen de ver con buenos ojos mucho de lo que los rodea y entender lo interesante y bueno que es eso a lo que antes no prestaban atención.
esta forma de ver, sugieren mahaffy y salingaros, tiene un efecto notable: transforma al entorno construido, a la arquitectura, de un campo en un objeto. digamos que mehaffy y salingaros acusan a los arquitectos así entrenados de ser como tipógrafos que entienden las minucias de la forma de una letra pero olvidan leer el texto –y el contexto.
mahaffy y salingaros vienen de publicar en la revista metrópolis una serie dedicada a chirstopher alexander, lo que podría explicar varias cosas. por un lado la idea de que hay una manera equivocada o por lo menos problemática como los arquitectos estudian y entienden el entorno. lo explicaba alexander en su breve texto la ciudad no es un árbol, al decir que el árbol al que hace referencia no es uno verde y con hojas, sino un esquema mental o, dicho de otro modo, una forma de ver –el árbol de porfirio de la lógica clásica que procede mediante divergencias y oposiciones– que sirve para analizar pero no para producir objetos complejos –como las ciudades, según alexander. pero también puede explicar cierto populismo estético, por llamarle de esa manera –lo que axel arañó calificó, en sus comentarios, como conservadurismo. otro conocido texto de alexander es el lenguaje de patrones, que aplica a las formas arquitectónicas cierta idea evolutiva: si hay patrones formales y de organización que se repiten a lo largo de la historia y de distintas geografías, debe ser porque han probado su utilidad. por supuesto la invención, lo nuevo –en el sentido de boris groys–, no tiene cabida en ese sistema –cual una mutación– sino hasta haber sido probado y aprobado. ¿quién aprueba en el caso de la arquitectura y el urbanismo?

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