12.7.11

el monumento liberal


la arquitectura moderna no existe o, más bien, no existe como un movimiento único, coherente, sin contradicciones ni ambigüedades. es una idea construida y reconstruida retrospectivamente. lo mismo puede decirse de la pintura, la música o la literatura modernas y, finalmente, de la modernidad entera. picasso no es duchamp y los dos son, parafraseando a rimbaud, absolutamente modernos.

pero una cosa que parece común a todas esas arquitecturas que terminaron etiquetándose como modernas, y también a la pintura, la música o la literatura modernas, fue su rechazo a cualquier forma de simbolismo o, para ser mas precisos, al simbolismo entendido como algo que apunta más allá de la simple y pura presencia de la obra. lo monumental, pensado como simbolismo de algo que trasciende a la forma, parecía rebasado e indeseable.


en 1974, el escultor carl andre explicó la historia entera del arte usando como ejemplo la estatua de la libertad. en una primera etapa, los artistas y el público se interesaban por lo que el arte quería decir, en el caso de la estatua de la libertad, por la figura esculpida por bartholdi, la fina piel de cobre: la mujer con su túnica, su antorcha y su libro, los rayos que la coronan y todo lo que pueda simbolizar. después, dice endre, el interés paso a lo que está abajo de la figura, a la estructura, en este caso diseñada por eiffel . finalmente, argumentaba andre, el interés pasó de la figura y de su estructura al lugar que ocupan, a la isla de bedloe.


simbólico, estructural e infraestructural, los tres grandes momentos del arte según andre. a la estatua de la libertad la seguimos entendiendo como un monumento; a la parisina torre de eiffel, que tanto disgustó a sus contemporáneos, podemos verla como un claro ejemplo del grado cero de la monumentalidad –un monumento que ya no dice nada más que aquí estoy. más allá –o más acá– de eso, el puro suelo de una gran explanada o incluso la masiva presencia de la presa hoover, puede entenderse como otra forma del monumento, incluso involuntarios.


en 1943 el historiador y crítico suizo sigfried giedion, el arqutiecto catalán josep lluis sert y el pintor francés fernand leger, publicaron un pequeño manifiesto: nueve puntos sobre la monumentalidad. los monumentos –dicen– son marcas humanas (human landmarks) que expresan necesidades culturales. Y aunque ha habido una “decadencia del monumento” –afirman–, la gente quiere que los edificios representen su vida social y en común. La nueva monumentalidad –escribieron entonces– se logrará mediante el ensamblaje de elementos funcionales que, juntos, trasciendan su mero uso.


el año pasado alexander d’hooghe publicó un libro titulado el monumento liberal, diseño urbano y el proyecto moderno. el texto es una conversación entre las ideas de sert y giedion y los filósofos isaiah berlin, ernst cassirer, josé ortega y gasset, más los arquitectos louis kahn y fumihiko maki.


d’hooghe inicia marcando una diferencia entre el urbanismo –que hoy se entiende como la descripción del mundo tal como es– y el diseño urbano –la descripción del mundo como debería de ser. el diseño urbano siempre es, por tanto –dice– político. el monumento liberal es producido por el diseño urbano, y debe entenderse como un centro de resistencia tanto a los impulsos de la urbanización tal cual –del crecimiento urbano regido por el mercado–, como a la hegemonía de un grupo particular.


el monumento liberal introduce momentos –espacios, más bien– de claridad metropolitana en el tejido amorfo de la urbe postcapitalista –que es ya todo el territorio– y permite, en tanto signo abstracto y vacío, que la pluralidad y la diversidad tengan lugar. si la arquitectura moderna es la que debe su forma no a códigos preestablecidos sino al programa –forms follows function–, el monumento liberal no se relaciona con un programa, sino con el flujo entre programas: el espacio en el que los seres humanos –escribe d’hooghe en referencia a sert– se exponen unos a otros. un espacio que hace pensar en la descripción que de lo público hiciera hanna arendt en tanto space of appearance.


d’hooghe finge una discusión en la que hace a maki decir que “lo colectivo ya no puede expresarse en una forma arquitectónica única, pues la arquitectura ya se agotó hablando de más.” el monumento liberal no habla con la voz de uno que representa al pueblo –la voz del soberano–, ni siquiera con la voz de todos –pues eso no existe: una voz soberana– sino que hace que todas las voces puedan ser oídas. es el lugar no del consenso sino donde el disenso es posible –y deseable.


por supuesto, ni la inacabada estela de luz –abstracta pero decimonónicamente simbólica, y más aun desaparecida la plaza que articularía chapultepec y la ciudad– ni el pastel de bodas retromoderno que inauguró hace poco sebastián frente al estadio olímpico de ciudad universitaria, son ejemplos de monumentos liberales. muy al contrario.

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