25.11.10

¡a qué la concha!

se inauguró bellas artes con un concierto que ya juzgarán los críticos especializados –a mi, que no lo soy ni de lejos, me pareció flojo, no sólo por el corno acatarrado de la sinfónica en el huapango, sino por la selección como de the best 100 opera tunes de la orquesta de la ópera nacional, que sonó mejor que la nacional, eso sí. la orquesta estuvo muy atrás, espacialmente, metidos al fondo de su concha: protocolo obliga, había que dejar lugar a la ceremonia y los discursos. y la concha, pese a su apariencia –no muy afortunada– parce que acústicamente funcionó bien. pero ahora leo en el reforma que se han cancelado un par de conciertos debido a lo difícil que resulta desplazarla –la anterior, dice el periódico, se desmontaba en 15 minutos, ésta en más de 2 horas. y habrá molestia: cómo después de 3 años de trabajos y 700 millones invertidos no probaron y corrigieron cosas como esa. y la respuesta acaso debiera ser que ni los 3 años ni los 700 millones bastaban, que hacía falta un poco más, pero que se abrió, con prisas, el 19 de noviembre –tras posponer la inauguración del 16 de septiembre– para cumplir al menos con algo de lo prometido. (en su discurso en la inauguración lujambio felicitó a calderón por tantas obras emprendidas y terminadas para el bicentenario, como el parque y el teatro y muchas otras, dijo, guardando un notorio silencio del arco-estela y similares.) en este cuento de no acabar nunca, o de hacerlo mal y a medias, arquitectos, diseñadores, constructores y responsables de obras debemos dejar de ser cómplices callados –y finalmente chivos expiatiorios– para, cual bartlebys proactivos, en vez del clásico como usted diga, señor presidente, completar el preferiría no hacerlo con un digno así no se puede y así no lo hago.

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