24.9.10

ventantas a lo moderno (2)


[continuación] Pero la última foto de la serie de Life es, para mi, la más interesante. Es una foto de Nuevo Guerrero en 1953 y supongo se trata del pueblo que sustituyó en ese año a Viejo Guerrero, que tuvo que ser abandonado cuando se hizo la presa Falcón, en la frontera entre Tamaulipas y Texas. Habrá quien quiera ver en esa imagen la prueba máxima del fracaso de la modernidad cuando se trata de generar una ciudad entera desde cero. Por supuesto, no es ni Brasilia ni Chandigarh. Aunque sea contemporánea de aquéllas, su espíritu es más viejo.


Se parece más a los conjuntos de viviendas para obreros que diseñó en México Juan Legarreta en los años 30. Juan Legarreta fue un arquitecto de vida corta e intensa. Nació en 1902 y murió en el 34. Un año antes, en el 33, el Colegio de Arquitectos de México organizó unas célebres pláticas en las que arquitectos maduros y otros jóvenes, recién egresados de la escuela, discutían cómo debía ser la nueva arquitectura mexicana: ¿debía retomar elementos del pasado prehispánico o de la era colonial o, como los jóvenes sostenían, debía seguir los preceptos de eso entonces tan moderno que se llamaba funcionalismo? Legarreta, dicen, dio un discurso notable. Pero cuando se lo pidieron por escrito para editar las memorias del encuentro, desafiante, Legarreta entregó una nota manuscrita en la que podía leerse: “Un pueblo que vive en jacales y cuartos redondos no puede hablar arquitectura. Haremos la casa del pueblo. Estetas y retóricos –ojalá mueran todos– harán después sus discusiones.”

Otro joven invitado al debate, compañero en la escuela de Legarreta fue otro Juan: Juan O’Gorman.





O’Gorman tenía un discurso funcionalista, digamos, radical. Decía que la arquitectura debía buscar la máxima eficiencia con la mayor economía, con los medios mínimos. La casa que construyó para su padre en 1929 fue, según el mismo O’Gorman, la primera moderna, funcionalista en México –aunque ese mismo año los arquitectos suizos Paul Artaria y Hans Schmidt habían hecho una casa duplex en la ciudad de México. O’Gorman le mostró aquella su primera obra a Diego Rivera quien, sorprendido en principio por el nuevo estilo arquitectónico, le encargó un par de casas, hoy casi tan reconocidas como los dueños –el mismo Diego y su mujer, Frida Kahlo. O’Gorman construyó casas para otros intelectuales y artistas de la época y más de treinta escuelas públicas que se insertaban en el programa político que, tras la revolución, buscaba modernizar al país.


Si comparamos el trabajo de O’Gorman con el de los arquitectos que le antecedieron en México, incluyendo aquellos que admiraba, el cambio es notable. Guillermo Zarraga, por ejemplo, hermano del pintor Ángel Zárraga, fue, según dice O’Gorman en su autobiografía, “muy inteligente, extraordinariamente culto y buen arquitecto” y quien por primera vez en la escuela le enseño “que la arquitectura no era simplemente una serie de copias de lo que se había hecho en el pasado,” afirmando que “por ser un arte vivo, requería la creación de formas nuevas, funcionales, que correspondieran a nuestra época, tanto por lo que se refiere a las necesidades materiales de albergue como por los nuevos sistemas de construcción.” Además de arquitecto, Zárraga fue político y escritor: con el seudónimo de Diego Cañedo publicó en los años 40 algunas novelas de ciencia ficción que recibieron elogios. En 1928, un años antes de la primera casa de su destacado alumno, Zárraga proyectó en un austero y entonces novedoso estilo Art-Decó la estación de policía y bomberos de la ciudad de México, con una de las primeras fachadas de concreto aparente en el país.



Otro maestro de O’Gorman fue Carlos Obregón Santacilia. En 1922 ganó el concurso para el Pabellón de México en la Exposición Internacional de Río de Janeiro: un edificio que fue un terrible pastiche de la arquitectura mexicana de los siglos XVI y XVII. En el 29 –mismo año de la casa de O’Gorman, uno después que la estación de bomberos de Zárraga– realiza la Secretaría de Salud, ahora Art-Decó aunque menos austero que lo de Zárraga. Una década después –con, por ejemplo, el Edificio Guardiola– su arquitectura prosigue depurándose –asumiendo el puritanismo de dicho calificativo– hasta llegar, ya en los años 50, a su última gran obra: la sede del Instituto Mexicano del Seguro Social, que tuvo la primera fachada con doble acristalamiento en el país.

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