19.8.10

la estela de luz... apagada.

Siempre nos hemos quejado de esa propensión de los gobernantes mexicanos, sean de derecha, izquierda o de esa polimorfa aberración direccional que es el PRI, por hacer obras a las carreras, inaugurándolas cuando aún no están listas o apurando su construcción al punto que nadie puede hacerse realmente responsable de que los resultados obtenidos sean de mínima calidad. Pareciera que la obsesión por inaugurar en días precisos, efemérides o no, le gana a cualquier razonamiento y al mero realismo de ver que no, la biblioteca, el aeropuerto, el puente o la línea del autobús no se ha acabado como debiera. Que falta tiempo y que faltó desde el principio, cuando apresuradamente había que hacer eso ya, sin demora. La planeación responsable no es lo nuestro. El día que una ciudad se inunda descubrimos que el drenaje era insuficiente y cuando el agua falta, que la población ya es demasiada.

Por eso hay que aplaudir la decisión de la Secretaría de Educación Pública, encargada a último minuto de coordinar los festejos inminentes, de inaugurar la estela de luz -como se le califica ahora para evitar las críticas semánticas por haber escogido una placa en un concurso para un arco-en septiembre, sí, mes patrio, pero del 2011, un año después del glorioso bicentenario de la Independencia Nacional y del centenario de la Revolución Mexicana. Culparlos por tal retraso es francamente poco decente y, quizás, exceso de mala leche. ¿Cómo iban a saber, en la Secretaría de Educación -por más educados que estén-, o en cualquier otra para el caso -fuera de Obras o de Gobernación-, que una estructura esbelta, de 104 metros de altura -por aquello de los dos ciclos aztecas que, usted entiende, por metáfora aritmética refieren a los dos siglos de nuestro calendario- debía someterse a estudios de resistencia tanto a sismos como al nada despreciable empuje del viento?

¿Cómo iban a pensar que la plaza de la que se desplantará el monumento era importante? Para algunos sería realmente el espacio cívico y buscaría además solucionar el complicado -para calificar así algo que prácticamente resulta inexistente- tránsito peatonal en esa zona. Pero otros han sabido verlo como puro pavimento y tener que conciliar opiniones y buscar acuerdos para que los defensores del bosque de Chapultepec accedan a abrirlo un poco más a la ciudad les resultó demasiado engorroso.

¿Cómo iban además a adivinar que un monumento para conmemorar dos siglos de la Nación iba a llevarse tanto tiempo en pensarse, primero, diseñarse y luego construirse, si nunca habían hecho otro? El caso más reciente es la Columna de la Independencia y eso ya fue hace cien años. Ya es demasiado tener que organizar lo que pasa en seis años para ocuparse además de temas centenarios. Y sobre todo, ¿cómo entender que los mexicanos esperaban tener el farolito listo para septiembre del 2010 y que les parecería tan ofensivo tener que aguantarse unos meses para verla terminada? ¿Desde cuándo tanta puntualidad de los mexicanos?

Ahí estarán las fiestas y los desfiles, verbenas populares que amenazan ser de tal magnitud que nadie nunca las olvide. Excepto por el problema que las fiestas, por más colosal jolgorio que resulten, son, por definición, efímeras. Y a la gente, si no se les olvida pronto o con suerte nunca, el recuerdo les dura lo que les dura la vida, que por ahora, al menos en su forma terrenal, no es eterna. Y aunque haya videos de alta definición y nos regalen a todos nuestro DVD del Bicentenario -que si tiene la calidad del librito en papel revolución (¿será por el festejo?) terminará borrándose en unas cuantas décadas -parece que a muchos les gustan formas más perdurables para conmemorar.

Y aunque algunos pensamos que ya no son tiempos de monumentos -entre otras razones porque, parafraseando a Walter Benjamin, no hay monumento de civilización que no sea al mismo tiempo monumento de barbarie- habría que haber puesto las cartas sobre la mesa desde un principio: este cumpleaños no habrá pastel, esta Navidad no viene Santa Claus, este centenario no hay ni ángel ni arco ni estela. Sin duda también hubiéramos criticado, pero la crítica se soporta y dudo que el monumentus interruptus no sea considerado pecado -habrá que pedirle consejo al sabio monseñor Sandoval para estar seguros.

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