6.6.10

por qué no me gusta el soft porn


creo que la mayoría sabemos que, salvo dudosas excepciones, el fuerte de una película porno no es la historia. probablemente junto con algunos ensayos de cine y video experimental y seguramente con mayor fuerza que éstos, el porno es un refugio de la imagen ante la tiranía narrativa de la historia, del querer decir. conocemos las historias de memoria: el plomero demostrará como usa su mejor herramienta, el repartidor de pizzas siempre complace a su cliente o el equipo de basquet entrena sus mejores encestes en los vestidores. la historia no importa: importa la acción, su imagen y cómo nos afecta. por eso cuando deleuze escribe en sus estudios sobre cine que “la imagen afección es el primer plano y el primer plano es el rostro”, no hay que pensar sólo en rostros. en un porno todo nos hace cara, todo nos enfrenta, todo nos ve directamente a los ojos. como en el origen del mundo de courbet somos puestos ahí mismo –en el lugar de los hechos– con los ojos bien abiertos viendo la realidad como jamás la habíamos visto –es, si bien recuerdo, la definición de la pornografía de baudrillard: una representación de la realidad más real que lo real. en fin, el punto es que si el porno puede resistirse a la narración es porque cada imagen nos afecta. ¿quién, entonces, puede disfrutar del soft porno que en las noches nos obsequian algunos canales de paga? sin primeros planos, sin penetraciones en close-up ni festivas eyaculaciones ni vello corporal –o la notoria desaparición del mismo–, como si un camarógrafo distraido o disfuncional hubiera estado a cargo de flimar. ¿qué nos queda? lo peor de dos mundos: películas sin historias y sin imágenes.

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