4.3.09

economía de la demolición


Generalmente las críticas de arquitectura se ocupan de valorar obras recientes, de presentarle al público las cualidades y características de proyectos sobresalientes. Otras, menos, de señalar defectos y fallas, muchas veces evidentes pero ignoradas por complicidad o desconocimiento. Se supone normalmente que el silencio es el mejor rechazo: a menos que el fiasco sea excesivo, imperdonable, preferible elogiar que denostar. En ambos casos se trata de una toma de posición frente a lo nuevo.

La misma pareja -elogiar o denostar- se da en relación con lo ya construido. Primero con la defensa de lo existente, sobre todo de aquello valioso que corre el riesgo inminente de ser destruido o gravemente transformado debido -supone el crítico- al desinterés, a la ignorancia, al simple -y más difícil de describir o explicar- mal gusto o, generalmente, a una perniciosa mezcla de todos los anteriores. Menos común que todas las otras tareas de la crítica, ésta a veces se instaura en el tribunal de la inquisición arquitectónica y condena a la pena máxima a uno o varios edificios cuyo valor, argumentos mediante, no sobrepasa el de material para relleno sanitario.

A finales de septiembre, Nicolai Ouroussoff, crítico de arquitectura del New York Times, publicó un texto titulado "Demuelan esos muros". "Aún las más majestuosas ciudades -escribe Ouroussoff- están salpicadas con horrores. El saber que todas las gamas de la experiencia arquitectónica, de lo sublime a lo insoportable, pueden existir en un espacio comprimido es parte de la seducción de la ciudad. Con todo -sigue- hay un puñado de edificios en Nueva York que no logran contribuir ni siquiera en esos términos. Para ellos la solución pudiera ser la demoledora".

Los argumentos para sentenciar a un edificio a la desaparición deben ser cuidadosos pues, con seguridad, son demasiado cercanos a los que se usan contra obras nuevas que chocan con el gusto aceptado o tradicional. El primero de la lista de Ouroussoff en Nueva York es el edificio actual de MetLife, antes PanAm. Ese edificio ha aparecido en los primeros lugares entre los más odiados por los neoyorquinos en diversas encuestas, sobre todo, se supone, por su excesivamente visible posición fuera de la clásica retícula de Manhattan, literalmente a media calle. El apoyo del crítico especializado a la opinión popular es notable, sobre todo teniendo en cuenta que entre sus arquitectos estuvo Walter Gropius, fundador de la Bauhaus. No es la fealdad, aclara Ouroussoff, el principal criterio para condenar a un edificio -en ese caso, dice, habría demasiados condenados- sino ante todo el efecto traumático que puedan tener en la ciudad.

En su artículo del NYT, además del MetLife ex PanAm, Ouroussoff enlista el Madison Square Garden, Trump Place, el edificio de Edward Durell Stone en Columbus Circle, entre otros. ¿Qué tirar en la ciudad de México? No sólo por su fealdad -siguiendo el consejo de Ouroussoff- sino por su efecto. Pero incluso esta valoración del efecto no es asunto sencillo. Hace no mucho, por ejemplo, en varias vías de esta ciudad se eliminaron anuncios espectaculares privilegiando un paisaje supuestamente más valioso que las imágenes que éstos presentaban. Es cierto que ahora se ve más -cuando la nube gris de contaminación lo permite-, pero ¿se ve mejor? Varios hemos criticado la idea de construir un segundo piso del Periférico rodeando las Torres de Satélite, de Barragán y Goeritz, pero ¿cuántos defendieron al Toreo de Cuatro Caminos o al edificio de Avón, en avenida Universidad casi esquina con Miguel Ángel de Quevedo -un edificio de un brutalismo futurista interesante a ser sustituido por un centro comercial con un inexplicable "Sabor de Coyoacán", según declaró su arquitecto, Javier Sordo Madaleno?

Junto a la economía financiera que dicta qué permanece y qué no, hay economías culturales y simbólicas igualmente efectivas. "La cultura es -según el filósofo alemán Boris Groys- por su dinámica y capacidad de innovación, el ámbito efectivo por excelencia de la lógica económica". El valor -de un edificio o de un cuadro- se decide en un "mercado" de valores más complejo que el meramente económico.

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