13.9.07

algunas ideas curiosas


Esbozos de Rem Koolhaas/OMA para Melun Senart (1984) y el proyecto para la ciudad de México (2007)

Intentando retomar la costumbre del blog, de adelante para atrás y de ahora en adelante, empezando, hoy, con el más reciente texto que publiqué en Arquitextos del periódico Reforma.

Los arquitectos tenemos ideas curiosas y no siempre claras sobre lo que ya está ahí ocupando el espacio en que hemos de operar, sobre lo ya construido, eso que algunos llaman el contexto. Desde el autoritarismo bienintencionado de la modernidad festiva y plena de confianza en sí misma -el gentil Le Corbusier proponiendo demoler París casi por entero y luego, tras reconsiderar el alcance de su proyecto, conservando una que otra obra monumental, aislada como pieza escultórica en un infinito jardín que sustituiría al tejido común de la ciudad-, hasta el extremo opuesto, donde no hay nunca hoja en blanco y jamás se construye en la nada, en el vacío; donde cualquier dato importa y cualquier forma tiene efectos y consecuencias sobre lo que se construya, mero resultado posible de las condiciones dadas que, a su vez, transforma y reordena.

Al mismo tiempo tenemos ideas curiosas y no siempre claras sobre lo que hacemos, aquello mediante lo cual operamos en el espacio: lo que proyectamos y construimos. Hay quienes asumen como incuestionables y garantizados los valores económicos y, sobre todo, "culturales" y "artísticos" de la arquitectura y, por tanto, consecuencia supuestamente lógica de lo anterior, la necesidad y obligación de catalogar, proteger y salvaguardar aquellas obras de "probado" valor -los modos de dicha prueba pueden ser, también, de naturaleza curiosa y poco clara. Estos mismos arquitectos desprecian tanto la banalidad y el descaro de quienes sólo se guían por los dictados del mercado inmobiliario como la ignorancia y mal gusto del gran público inculto que necio transforma la precisa obra moderna, digamos, en triste remedo de estilos inciertos. Otros piensan que los valores asignados a una obra arquitectónica -como, en general, cualquier "valor"- denotan y dependen de sistemas históricos y culturales, variables por tanto a lo largo del tiempo: lo que hoy pensamos bello, bueno o necesario, pudo no ser considerado así hace cien o cincuenta años y dejará de serlo en treinta o diez. La arquitectura, como todo lo humano, está sujeta a ese cambio constante y la única manera de mantener "vigente" lo construido es transformándolo sin cesar -como ha sucedido siempre y en todas partes, a excepción del corto periodo (en términos históricos) en que vivimos. Estos arquitectos descalifican tanto al obstinado conservadurismo de especialistas en ruinas y otros burócratas culturales que condenan edificios y zonas enteras a una "artificialidad" que no puede considerarse viva, como la cursilería nostálgica del gran público inculto que sólo entiende lo que ya conoce y reduce la arquitectura a inocuo fetiche de tiempos mejores -siempre pasados- y el costumbrismo pequeño burgués que rechaza cualquier irrupción de lo nuevo en sus tranquilas y aburridas existencias.

Al mismo tiempo, los arquitectos tenemos posiciones curiosas y no siempre claras sobre las ideas que tenemos. Algunos piensan que las ideas son instrumentos para producir efectos en la realidad y que la confusión entre ideas en apariencia opuestas responde a una realidad confusa. El surfista es el modelo de quien se desplaza de un lado a otro buscando las mejores condiciones en cada momento. Cínicos, acusarán otros -y quizá los primeros estén de acuerdo, pero su noción del cinismo es otra. Para estos últimos la flexibilidad es una debilidad y no una fortaleza. Los arquitectos -piensan- debieran tener ideas firmes -léase claras y distintas-, capaces de construir tanto una disciplina como edificios que resistan -críticamente, se entiende- los embates de políticos mitad ingenuos y mitad perversos que, a izquierda y a derecha, se repliegan en cierto liberalismo económico revestido de populismo simbólico y de negociantes nunca ingenuos, siendo al mismo tiempo capaces de conquistar -seducir sería un término más preciso pero menos limpio- al gran público, sin gusto y apático.

En otras palabras, yo no tengo claro aun qué pensar en el affaire entre el jefe de gobierno de izquierda y el asesor inmobiliario para destruir un edificio de primera de un arquitecto de segunda y reemplazarlo con un edificio de segunda de un arquitecto de primera. Demasiadas ideas curiosas y no siempre claras.

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